Visitas

domingo, 23 de septiembre de 2007

Algo en la 406


Caminando por la zona de los hospitales de paso hacia la bajada del Pucará hay algo que se asoma por la ventanilla del hospital de niños de Córdoba. “Algo” que fracasa en su intento de frenar mi día y sujetarme aunque sea por una hora.

Algo nos conmueve cuando pasamos por esa calle con un cantero al medio. Sin embargo creemos vaga la sensación y aceleramos imaginándonos terminando el recorrido.
Algo se asomó por aquella ventana el miércoles 19 de Setiembre. Por algún motivo, no seguí mi rutina, pero tampoco me distraje. Cansado caminé por baldosas recién enseradas que me llevaban al lugar que identifiqué como algo.
Con un estúpido miedo abrí la puerta con el número 406 en el marco. Algo tenía número…y
había 405 puertas que dejé atrás hasta llegar.


Interpreté una hostilidad de algo apenas crucé... mal interpreté.
El piso que empezaba a aplastar con mis mocasines también estaba reluciente, alguien mantenía algo en muy buen estado. O pocas veces lo pisaban las visitas.
No me esperaba esto de mí, pero empecé una conversación con Nicolás. Él habitaba en algo. Hace tres meses, Nicolás vive en el Hospital de Niños cuidando a sus hermanos María, Gabriel y Nicolás.
Mi boca le recitaba el Rey León a Gabriel, que sufre de hidrocefalia. María, con su atraso mental atrapaba con los ojos los cuadros de la imagen de un televisor y Nicolás… Nicolás hacia algo.
Eran las 18:30, hora de la merienda en la 406. Silvia, la médica encargada de algo le preguntaba a María cómo se encontraba, a lo que la pequeña respondía en silencio con un trazo de crayón en una hoja.

Nicolás seguía haciendo algo…

El hermano mayor de la familia me explicaba la ausencia de sus papás y sin tragar saliva me contó en detalles sobre su trabajo, su casa y sus noches. Algo se había quedado con ellas hace ya una semana y yo era en una hora el asistente al simposio que lo explicaba. Alguien necesitaba hablar con alguien esa tarde. Esa tarde, no otra, no después de ese momento. Mis tímpanos ya agotados, hicieron un lugar más y escucharon por un momento. Por unos minutos descansaba de la charla y no escuchaba la alborotada síntesis de la vida de Nicolás. Pero le devolvía los ojos, que le daban la orden a los oídos y me hacía presente otra vez.

Ya es hora Nico, me tengo que ir. El saludo se dio intenso. Saludé con la mirada a Gabriel y despedí a María con un beso, al que respondió con un mordisco en el cachete. ¡Que cosa esta María! Nicolás se agarraba la cabeza y yo escondía el dolor con una occidental sonrisa.
¡¡Chau Nico!!. Nicolás era el último de seis hermanos. Su cuna tenía barrotes por los que asomaba sus brazos y debes en cuando un susurro desdibujado. Cuando separé la vista del bebé me di cuenta de “algo”. Había incrustado durante tres minutos mis ojos en Nicolás. Quizá Nicolás era el que demostraba la esencia de “algo”. Algo… esa mirada que no me miraba, ni miraba la pared, ni a sus hermanos. Simplemente tenía los ojos abiertos. Me acordé de mi abuelo, tiempo antes de fallecer miraba de esa forma… a ningún lugar que los otros pudieran percibir allí. En ese momento tuve la seguridad de que Nicolás lo estaba haciendo. Eso es ese “algo” que tienen los bebes y los agonizantes. Eso que hacemos cuando nacemos y morimos, eso que desde la calle me llamaba.

Pensativo volví por donde había llegado. Me alegré de ver las baldosas del pasillo un poco más manchadas, terminaba la hora de visitas en el Hospital de Niños y yo dejaba “algo” en la habitación 406 para regresar al otro lado del cantero de la calle